Los Ingobernables de Góngora

Una huella imborrable    

nepedemia     La cultura occidental se ha propagado en nuestra especie como una plaga que trasciende en el tiempo y el espacio. Esta viaja como una superposición de ideas en una nave que según su relación con el poder, tendrá inferencia para reproducirlo en las mentes de sus congéneres, usando como mecanismos: las guerras, las invasiones y la famosa educación.
Desde que nacemos en un contexto determinado recibimos señales para orientar nuestra conciencia y darle forma a nuestro ser. Somos lo que llamaron seres humanos. Animales que intervinieron el medio ambiente para intentar acomodarse con la naturaleza, posicionándonos como la especie dominante y reproduciéndonos en serie como en una fábrica o criadero. Amparados en la moral y la religión, nos justificamos y buscamos sentido a la existencia en esta dimensión de cosas. Creamos dioses con nuestra fisionomía y le brindamos poderes que aún desconocemos. El imaginario colectivo hace sus apuestas para conformarnos con esta sociedad que a medida que crecemos y abrimos los ojos, carece de tener alguna finalidad.
Tenemos conciencia que nacimos por alguna razón y que identificamos el entorno por nuestros sentidos. La verdad es que nacimos porque nuestros padres nacieron y sus padres nacieron, gracias a los procesos migratorios y sociales que confluyeron en un encuentro cromosómico, en el lugar y momento indicado. Yo por ejemplo, creo estar acá por consecuencia moral y religiosa de mis progenitores y me reconozco a mí mismo porque fui “educado” de esa manera; para reconocerme y pensar con las palabras que ellos adiestraron cuando solo era un niño.

Por Fredy Góngora N
Editado por Camilo Rodríguez